Un día Betty, un miembro de la iglesia, llamó y me pidió que visitara a un amigo que estaba en el hospital, así es que fui.
Visité a Bob muchas veces y hablamos de todo. Nuestra conversación favorita era referente a los Celtas de Boston, nuestro equipo favorito de baloncesto. Un día después de visitarle al igual que a otras personas en el hospital, llamé a casa antes de ir a la oficina. Margaret se mostró muy callada en el teléfono y le pregunté:
—¿Qué pasa, mi amor?
—Betty me acaba de llamar—dijo—. Bob murió.
—¿Qué?—dije—. ¡Hace cuarenta y cinco minutos estuve con él!
—Lo sé, mi amor, pero se fue—dijo Margaret. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como el sonido de una reja al cerrarse—. Betty quería saber si puedes dar el servicio fúnebre.
—Seguro—dije distraído—. Dile que sí.
Estaba devastado. En ese momento me di cuenta que Bob se había ido al infierno porque tuvo la desgracia de tenerme como su pastor visitante. Durante nuestras conversaciones ni una sola vez le hablé acerca de la salvación.
—Cancela el culto de esta noche—le dije a Margaret—. No puedo enfrentarme a toda esa gente. Necesito tiempo para estar solo.
Oficié en el funeral de Bob. Cuando le vi en el ataúd, me sentí aplastado. Lloré no solo porque sentía dolor por su muerte, sino porque no le había dado el mensaje del evangelio. Fue entonces cuando comencé a luchar con Dios. Durante los meses siguientes comenzó a cambiar mi corazón. Comprendí que mi plan no era el de Dios.
Finalmente una noche me arrodillé y se lo entregué a Él en oración. Renuncié a mi deseo de ser un gran predicador y tener una iglesia impresionante, y le pedí a Dios el poder del Espíritu Santo para ser un testigo, un ganador de almas para Cristo.
Y Dios contestó esa oración. Aprendí a dar a conocer mi fe y a convertirme en un ganador personal de almas. Desde entonces, no pasaba una semana sin que alguien en la comunidad se salvara. Un año me comprometí frente a mi congregación a tratar de llevar personalmente doscientas personas a Cristo fuera de la iglesia. No alcancé esa meta por un margen de doce personas, pero aprendí mucho acerca de cómo ganar almas.
Entonces empecé a enseñar a otros a dar a conocer su fe. En mi segunda iglesia en Lancaster, Ohio, preparé y equipé a dieciocho ganadores de almas con gran ardor por Jesús. A ellos se debe el haber ganado mil ochocientas almas para Cristo durante los ocho años de mi ministerio en esa iglesia.
Recibimos muchas bendiciones de Dios allí porque creo que la iglesia hizo todo lo posible para llevar a cabo la misión que Dios le había encomendado.
Maxwell, J. C. (1998; 2003). Compañeros De Oración. Thomas Nelson, Inc.
Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo. Hechos 5:42.
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado.
Marcos 16:15,16.
Visité a Bob muchas veces y hablamos de todo. Nuestra conversación favorita era referente a los Celtas de Boston, nuestro equipo favorito de baloncesto. Un día después de visitarle al igual que a otras personas en el hospital, llamé a casa antes de ir a la oficina. Margaret se mostró muy callada en el teléfono y le pregunté:
—¿Qué pasa, mi amor?
—Betty me acaba de llamar—dijo—. Bob murió.
—¿Qué?—dije—. ¡Hace cuarenta y cinco minutos estuve con él!
—Lo sé, mi amor, pero se fue—dijo Margaret. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire como el sonido de una reja al cerrarse—. Betty quería saber si puedes dar el servicio fúnebre.
—Seguro—dije distraído—. Dile que sí.
Estaba devastado. En ese momento me di cuenta que Bob se había ido al infierno porque tuvo la desgracia de tenerme como su pastor visitante. Durante nuestras conversaciones ni una sola vez le hablé acerca de la salvación.
—Cancela el culto de esta noche—le dije a Margaret—. No puedo enfrentarme a toda esa gente. Necesito tiempo para estar solo.
Oficié en el funeral de Bob. Cuando le vi en el ataúd, me sentí aplastado. Lloré no solo porque sentía dolor por su muerte, sino porque no le había dado el mensaje del evangelio. Fue entonces cuando comencé a luchar con Dios. Durante los meses siguientes comenzó a cambiar mi corazón. Comprendí que mi plan no era el de Dios.
Finalmente una noche me arrodillé y se lo entregué a Él en oración. Renuncié a mi deseo de ser un gran predicador y tener una iglesia impresionante, y le pedí a Dios el poder del Espíritu Santo para ser un testigo, un ganador de almas para Cristo.
Y Dios contestó esa oración. Aprendí a dar a conocer mi fe y a convertirme en un ganador personal de almas. Desde entonces, no pasaba una semana sin que alguien en la comunidad se salvara. Un año me comprometí frente a mi congregación a tratar de llevar personalmente doscientas personas a Cristo fuera de la iglesia. No alcancé esa meta por un margen de doce personas, pero aprendí mucho acerca de cómo ganar almas.
Entonces empecé a enseñar a otros a dar a conocer su fe. En mi segunda iglesia en Lancaster, Ohio, preparé y equipé a dieciocho ganadores de almas con gran ardor por Jesús. A ellos se debe el haber ganado mil ochocientas almas para Cristo durante los ocho años de mi ministerio en esa iglesia.
Recibimos muchas bendiciones de Dios allí porque creo que la iglesia hizo todo lo posible para llevar a cabo la misión que Dios le había encomendado.
Maxwell, J. C. (1998; 2003). Compañeros De Oración. Thomas Nelson, Inc.
Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo. Hechos 5:42.
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que crea y sea bautizado será salvo; pero el que no crea será condenado.
Marcos 16:15,16.